viernes, 12 de octubre de 2007

La noche contra el texto

La noche en que murió no pudo escribir nada.
...Como era de esperar había la angustia, la pantalla de imágenes a través de la garganta, la impotencia como un gran cuadro expresionista donde se sujetara las sienes, (para) no tragarse las manos o no estrangularse.
Naturalmente que estaba triste, (miraba el móvil), apretando los dedos por fin sabía lo que era sentirse muerto, la luz como taciturna sujetando la escena entre sus pálidos dedos mojados.
Abriendo el cajón como siempre que se forzaba a decir algo, extrajo con la repugnancia estudiada del cirujano un folio... en blanco. No pudo escribir nada a pesar de la noche, a pesar de la noche y a pesar de que había muerto, no podía ser, muerto, clínicamente muerto.
En esos casos la inspiración era apretar palabras contra el silencio, contra el sentimiento o la hoja amenazante.
...Había como un hilo de imágenes borrosas entre sus ojos y la ventana; ¿quizás era la garganta, el embudo que adelgaza las palabras y con ello la distancia? Estaba demasiado agotado, basta! basta de absurdas meditaciones que como de costumbre siempre visitan al genio en sus estados físicos mas deplorables, allí donde mas cerca se está del adjetivo colchón de la subsconsciencia; esa inquilina que juega como un crío entre intestinos, costillas, pulmones y demás prestaciones de serie. Además alguien llamaba a la puerta, ¿otro inquilino?
-... No hay quien te saque de tus cavilaciones, así no vamos; qué digo, no vas a llegar a ninguna parte.
-Por eso mismo lo hago.
-¡Maldita sea!, el dia que se te caiga el alma nos vamos todos al sótano.
-Nostradamus poeta.
-...
-Hoy la muerte ronda de nuevo esta casa, estas arterias de casa, y seguro que no se te ocurrió mirar bajo el sofá, donde encontraste aquel coágulo considerable de pelusas...
-Ya empezamos, ahí te dejo.
Era imposible, había dado por inútil comunicarse con cualquier ente que pudiera articular una palabra, eso era; ar-ti-cu-lar, como quien articula un puzzle o maneja una lavadora, la suave satisfacción de que todo vaya como es debido (como nos es debido). Mal rayo los partiera, les congelara la mano del susto, ¡oh!, entonces una mano, cómo no, si yo hubiera sabido que una mano, la magia que da la mano...
Por ejemplo: Mamá, te comunico que me estoy muriendo, o que no estoy enamorado, te comunico este cáncer que me absorbe los sesos y el hígado, ajá, muy bien hijo, ya estoy apercibida por si los síntomas. Es tan absurdo, tan amarillo y tan absurdo, todo tan mal estructurado, la simetría de una caricia y sus átomos de amor, todo tan sombra, tan cincel, tan párpado prendido al ojo que sueña... para siempre.
Entonces cómo decirle, cómo explicarle sin salpicarse el traje de impotencia (el traje o la impotencia) que él fue el principal culpable, la piedra de toque para la ausencia del primo Marcus, ahí encima de la calzada, bordado en sangre sobre las manos de la calzada, como maquillado de asombro aún, mirando el cielo como si el cielo le mirara a él (el traje bien cortado y medido en manos de la sociedad)... el rostro de la muerte, del que mira muerto ya, el alma saliéndosele por entre los ojos aún, quien sabe si del susto o del propio cielo.
En fín, bajaría ahora, con una baraja bien co(a)rtada de causas y consecuencias, palabras asomándose unas por encima de las otra, en una gran congregación, conglomerado donde avistar la solución final, el descanso pies en alto del demagogo, convencer sin decir, jugando al esgrima ante el rostro de la madre estupefacta de tanta sabiduría, de tanta pomposidad que no haría mas que esbozarle una sonrisa; palabras volando juntas hacia los bordes de la boca, en perfecta coordinación, en perfecta sonrisa aprobatoria.
Sería fácil. Mentir, Marcus cruzó la calle corriendo, desencajado por algo que vió al otro lado de la vía, Mentir, Marcus no escuchándome, Mentir, Marcus volviendo el rostro o la vida a lenta cámara, Mentir, su vida silenciada entre pupilas abriéndose desorbitádamente, desencajados como para negarse un sueño, Mentir, Marcus arropado de cielo, de nubes y sangre, devorado por una tumba de metal Fiat y humo y hombres, Mentir, Marcus, adiós para siempre Mamá, la tía...
Y toda la maldita noche sin poder escribir nada.
..."¿Porqué será que entre autopsia a autopista dista tan solo una letra? ¿Será que hoy la muerte es también el progreso, una noticia, un (pre)texto? Pero... Marcus, aún se lo podía sentir, en cualquier conversación voluntaria o improvisada, la palabra, el nombre sobrencogiendo el pecho de los presentes al unísono, como la aparición de cualquier santo (aunque precisamente en este caso) era como si nos diéramos la mano, mas, como si dscubriesemos que teníamos manos, que podíamos suspirar, y como prolongación de ese suspiro, ver a Marcus; ¿dónde lo veíamos?, quién sabe; unos entre los dedos de los pies, sentado y mirando desafiante (como siempre que escribía), los que mas sobre la frente, otras entre las piernas, los pulmones, las arterias o poros del alma echa trozos sobre lágrimas que tambien era como darse la mano, llorar a Marcus, expulsarlo tiernamente de nuestras vidas, ahora que no teníamos vida, que empezábamos a perderla de nuevo.
Era algo latente en esas horas en que una mesa, la suculenta excusa con forma de cena, los vinos, el café irlandés de rigor o de Marcus, se dilataban entorno a su imagen, el principio pactado del olvido.
Entonces Claudia empezaba su papel de broche, el círculo o péndulo donde se concentraban los viajes con Marcus a altas horas de la madrugada, el pequeño tramo tan masticado (donde a pesar de todo) que sin embargo pareciera una ruta nueva cada noche, los repechos suaves junto a la espada de agua que atravesaba la ciudad, que ahora atravesaba también a Claudia, bajo la inabarcable sombra de las farolas o noche y también el frío.
No era precisamente por rechazo, aun menos por indeferencia, el que concentráramos la mirada fuera del campo de visión de Claudia. Sin embargo esa pluriperspectiva, ese caleidoscopio de puntos visuales era también, y mas si cabe, Marcus, la tela de araña donde ahora entraba Claudia (instintiva criatura trepadora), su voz cojiendo de la cintura a Marcus a la entrada del café Ducasse siempre, en otro tiempo que posara sus patitas peludas en nuestros ojos justo ahora que la voz de Claudia era pura magia, los dos juntos inaugurando la ciudad, inventando quizás otra excusa mas para que ahora renaciera la verdadera otra ciudad, un aplazamiento que siempre cede el amor a nuestras manos y nuestros ojos, la semilla de algo que empezara a ser el instante para todos, desde todos.
...-Soñé tantas veces con descorrer las cortinas...
-Sí.
-Cortinas azules, plegadas como tu abrazo, como el balanceo que me das, cuando no se si respiro o es tu cuerpo entre mí lo que me hace dudarlo.
-No digas.
-Cierro las cortinas entonces, la ciudad atrás, los otros, el mañana, entonces despierto, creo.
-Nunca despiertas Marcus... tu hablas de sueños cojes palabras como plastilina y solo puedo mirarte, asentir mientras todas tus palabras se dan de bruzes contra mi cara, inútilmente. Yo te veo a tí, tus palabras empañan, son el polvo contra el cristal y siempre vuelven a lo mismo, como yo ahora. Es inútil, lo ves, i-nú-til...
Marcus asintiendo, metiendo la cabeza en el cubo de agua, sin entender, (cualquier explicación es tan burda; vestir la información de gala o con harapientos trapos, desgarrados, siempre igual...) escarbando con los ojos tan abiertos que no veía nada, sólo buscar, el pez de luz (su no peso), el chispazo que aguarda en el vientre de cada palabra, para seguir comunicando, esperanzado en llegar al otro, amor en voluntad, alquimia, juego o alquimia, lo que dicen ser los ojos de los que llaman a Claudia "Claudia".
Llegado el momento en que la emoción se rebasa hasta hacer enmudecer a los muebles, todos callaban y Claudia pedía otro ron a Mamá con intención de continuar; pero había entonces como el acuerdo de parar toda esa rueda en que estábamos metidos, de acercarse hasta los bordes de Claudia, agarrarla hasta rebasarla y nada mas que decir porque en esos casos está todo dicho. No más sufrir, se cierra la conferencia, estruendo con gestos de satisfacción y aplausos correspondientes, volverse al sueño, mejor solución, ducharse, purgar la melancolía cada uno en su pieza y mañana será otro día, sin Marcus, pero otro día, eso es obvio.
Mamá estaba de acuerdo conmigo en ocultarle lo sucedido a Claudia, esas convenciones en que no hace falta decirse nada para saber cómo actuar, cómo leer la situación, eso es; cómo leer la situación, hacia donde reconducir las conversaciones que nos surgieran en cualquier cruce en el pasillo, con esas miradas que son como embites, pero sin embargo no era posible que Claudia sospechara algo debido a su reciente enfermedad que la mantenía ausente de todo, cada vez sus ojos mas entornados, mas vueltos hacia el techo de los sesos, una poseida fuera de toda lógica, prendida a ojales de recuerdos, su vida llena de pos-it, de hojas en blanco, llena de la cara de Marcus, como si una novela la hubiera sacado la realidad como se sacan los ojos, sueño eterno Claudia.
Lo que nunca podría saber es que yo también quiero matarla, y poder de una maldita vez dormir tranquilo, con las manos en su sitio, apretando palabras, mentir, pero dormir tranquilo.
La noche en que murió no pudo escribir nada.
(De Masturbando palabras en el cerebro cósmico, ed. Atlantis, 2007)

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